Al tipo se le iluminó la cara instantáneamente. Para que su expresión cambiara por completo sólo hizo falta apuntarle con el dedo y pronunciar las palabras ‘David Gilmour’ cuando se cruzó conmigo. Trató de explicarme con gestos lo que ya presencié poco antes, que unos chavales habían anunciado a bombo y platillo su semejanza con el exmiembro de Pink Floyd. Estaba tan encantado con la idea de que otra persona le viera ese parecido razonable que no fue capaz de transmitir su mensaje más allá de un balbuceo sonriente. Tampoco hizo falta que lo hiciera ya que ambos, cada uno por su lado, nos apresuramos a llegar a tiempo para el inicio de la actuación de The Rolling Stones. Mick Jagger y compañía versionaron a los Beatles en un festival en el que el colega de la camiseta hippie se sintió Gilmour por unos segundos. El Desert Trip comenzó a lo grande.

“Lo de ahora les puede parecer extraño. Vamos a tocar la canción de un grupo desconocido. Creo que quizás se acuerden de ellos, trataremos de versionar uno de sus temas”, anunció Jagger, quien se encuentra en un estado de forma excelente.

Después de siete canciones, los Stones se aventuraron con el ‘Come Together’. La energía de los Jagger, Keith Richards, Ronnie Wood y Charlie Watts fue incombustible y su cercanía con la audiencia fue clave para despertar a un público adormilado con la actuación previa de Bob Dylan. Qué bueno fue el icono estadounidense en su época.

Veníamos del ‘It´s only rock and roll (but I like it)’, así que fue fácil mantener conectado al personal con el himno de The Beatles. Ya nos tenían en el bolsillo aunque el morbo inevitable de ver a los Rolling versionar un tema de los que siempre fueron sus antagonistas sazonó una actuación cocinada al punto.

Tocaron 20 canciones en una sucesión de clásicos en los que fue imposible no darlo todo sobre el todavía no tan curtido césped de Coachella Valley. Entre tanta espectacularidad sobró un momento, cuando Richards tomó la batuta y se arrancó en solitario. Jagger desapareció del escenario y su escudero no fue capaz de cautivarnos de la misma manera. Cuando toca la guitarra y pone en liza sus poses, el músico tiene porte de leyenda con un vestuario de lo más ‘cool’, pero en el momento en el que agarra la palabra, sale a escena ese rockero demacrado e inconexo, adorable aunque despierte cierta sensación de condescendencia al escucharle. Tuvo algunos lapsus, como en el solo de ‘Sympathy for the devil’, donde la reacción de Jagger lo dijo todo cuando Richards se concentró más en tirar púas al público que en hilar acordes.

La primera jornada del Desert Trip sirvió para sacar muchas conclusiones. La comparación con el insípido festival de Coachella es inedulible y la sensación es generalizada entre los que conocemos ambos. Se valora el que los asistentes prioricen en la música en lugar de en su imagen. Más rock and roll y menos ‘selfies’ básicamente. Y es que las leyendas no sólo están sobe el escenario, pasear por el recinto deja un constante ir y venir de viejos rockeros, hippies reconvertidos, hippies reestablecidos, abuelos, padres y madres, hijos, jóvenes con buen gusto…

“¿Esta noche no haremos ninguna broma sobre la edad OK? Bienvenidos a Palm Springs, la casa de retiro para amables músicos ingleses”, comentó un Jagger dispuesto a demostrar que el hecho de llamar al festival ‘Oldchella’ era suficiente razón para dejar el listón bien alto.

Se agradeció la buena atmósfera, más que acorde con la magnitud del evento, aunque duelen los precios: cerveza a 10 dólares y minúsculos cubatas a 13 dólares… Los de Goldenvoice están haciendo su octubre con este evento histórico.

Con el regustillo de la gran actuación de los Stones, el sábado salen a escena Neil Young y Paul McCartney, y el domingo les llegará el turno a The Who y Roger Waters. Al colega del parecido razonable con Gilmour aún le quedan dos días de gloria, camisetas hippies y cerveza derramada. Está en su salsa.