Los espejismos desgastan incluso a la sociedad cubana, que ya es decir. Será porque la fundación en sí de la revolución (con minúsculas) nació como una ilusión ideológica, y, claro, hubo que aterrizar a la realidad. Qué remedio ante tanta inconsistencia. Es así como se tuerce el alma del pueblo, cuando los pies están sobre la tierra y los desalmados intentan que el ojo izquierdo mire al derecho para evitar hacerlo al frente. Callar, asentir y acatar son las bases de un método que obliga al ciudadano a observarse la punta de la nariz sin un bizcocho que meterse en la boca. Si “entre el clavel blanco y la rosa roja, su majestad escoja”; entre el mamey podrido y el mamoncillo deforme está usted, vizconde. Ni ella se enteró en el siglo XVII ni aquéllos a los que catalogarles de orangutanes sería un elogio se percataron este fin de semana en el Paseo del Prado de La Habana. Son los discípulos del sinsentido, los únicos cuyas pupilas colisionan en algún lugar indeterminado entre su frente y su napia sin afectar a sus inexistentes neuronas.

Despertar del espejismo puede llevar horas, días o décadas, ya que el influjo es continuo. La claridad mental se obstruye con facilidad cuando se utilizan técnicas de hipnosis institucional de las que ya no salen ni los valientes, aquellos que usan una de las frases estrella de los decepcionados del Régimen: “Yo me cago en el embargo”. La inefectividad de la oración es evidente porque lo mismo esta semana ni siquiera hay papel higiénico suficiente en los estantes. Por los demás, todo bien. Los hay que desde el exterior dedican sus mejores deseos de inodoro al actual presidente, Miguel Díaz-Canel, tal y como sucedió durante el Día de la Madre. El Gramma fue hackeado y durante varias horas se pudo ver el siguiente titular: “Felicita Díaz-Canel a las madres en su día, pero las madres cubanas se cagan en la madre del dictador”. A la que, por cierto, seguramente no le falte papel higiénico ni enjuague bucal. “Solidez ideológica, sensibilidad política, compromiso y fidelidad hacia la revolución”, claro que sí, campeón.

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Cuando parecía que la ansiada apertura negociada entre Barack Obama y Fidel Castro iba a cambiar las cosas, cuando todos en la isla pensaron que por fin fluirían los pesos convertibles en hoteles, restaurantes, taxis, bares… cuando se avecinaban unas pequeñas dosis de capitalismo necesarias para despertar a una sociedad aletargada en la que es más fácil ver a una manada de dinosaurios que a emprendedores; entonces, las ilusiones cayeron en picado. Y no es que la apertura significara una vida mucho mejor para los que viven del turismo, porque ya se encargaría el Gobierno de aumentar las tasas a los conductores, propietarios de las casas particulares etc; pero al menos había esperanza, viveza para salir del bache con unos pocos billetes más en el bolsillo.

El enésimo espejismo, dentro del espejismo, duró un ratito, hasta que la realidad volvió a poner las cosas en el lugar en el que estaban. Hablar en enero de 2018 con Santiago, con Rosalía, con Eusebio, con Patricia y con decenas de personas a las que también cambiaría el nombre si las mentara fue para mí la prueba inequívoca de que el ‘restablecimiento de las relaciones’ frustradas con la EE.UU. de Donald Trump sentó muy mal a pie de calle. Les arrebataron la miel tras la primera cucharada. Atrás quedó la primera visita a Cuba de un presidente estadounidense en 88 años, el ir y venir de turistas y el visto bueno del Régimen a permitir el concierto de los Rolling Stones en marzo de 2016. La presencia de Mick Jagger y compañía fue para muchos el reconocimiento de una de las grandes cagadas del mamut: la de prohibir el rock and roll por ser uno de los símbolos del imperialismo yankee. El concierto saldó muchas, demasiadas, cuentas pendientes entre los ciudadanos. Probablemente similares a las que la comunidad gay lleva anotando en la libreta de los despropósitos desde hace décadas. En diciembre del año pasado vieron como el matrimonio del mismo sexo no pasó ni el corte del borrador de la Nueva Constitución. Si solo fuera eso.

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Se caga en silencio, pero se manifiesta en público. Se sufre con recato y se sale del armario con dificultad. Discreción, amigo de género neutro, discreción. Que como te dé por salir a la calle a reivindicar los derechos de la comunidad LGTB lo mismo te llevas un disgusto. Es lo que tiene la gran cagada ‘comunistoide’ que sigue su curso en el tiempo sin importar el siglo en el que estamos. La homofobia que se vivió en Prado el fin de semana y que fue retratada por decenas de testigos en redes sociales representa otra rama más del frondoso absurdo, de la insensatez de los que creen tener agarradas las riendas del país mientras ejercen la más absoluta necedad. Y por encima de todo, el miedo, el temor a un pueblo que piense por sí mismo, que sienta lo que le dé la gana y que se identifique con la libertad. Eso que no se le olvide a nadie. Más allá de las apariencias, del uso extremo de la fuerza y del nepotismo sin complejos, el Régimen está cagadito en su espejismo particular porque en el fondo sabe que tarde o temprano será engullido por la realidad.